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domingo, 2 de octubre de 2011

emociones y maternidad



Artículo original de:
Lucía Arranz Rico

Psicóloga y Logopeda

Son muchos los cambios que se producen durante el embarazo, el parto y el posparto como para pasar por ellos indemne de toda emoción.

La etiqueta “depresión posparto” circula con soltura entre las bocas del pueblo. Sin embargo no en todas las mujeres es aplicable, y lo que ocurre en muchas de ellas es lo que suele ocurrir ante una situación nueva de semejante envergadura. Tener un hijo puede ser una alegría, pero produce en la mujer un cierto grado de estrés, al que hay que enfrentarse y afrontar con los recursos de que dispone cada cual.

Se produce una situación de estrés por varias razones:

La mujer durante 9 meses vivió un estado que, con el parto, cambia del día a la noche. Su cuerpo ha pasado de tener una tripa enorme a no tenerla. La tripa enorme tenía un significado evidente, dentro se estaba formando un niño. Los 9 meses para muchas mujeres son la dulce espera, e incluso aquéllas que no lo sienten así se encuentran igualmente con la ilusión que generan en las restantes mujeres (familiares y desconocidas que se encuentran en la calle se emocionan ante tanta tripa). Cuando se tiene el bebé desaparece no sólo la tripa, sino todo el refuerzo que acompañaba a ésta, todo el interés que despertaba en los demás. Por otro lado la tripa que le queda a la mujer después del parto es una tripa fofilla, que no era la suya y que ya carece de significado. Es más, las mujeres también ahora miran esta nueva tripa, pero esta vez para recordar a la mujer (que ya se encuentra en el estado de posparto) lo gorda que se ha quedado. Hablamos entonces del físico, de la estética, algo que siempre ha importado mucho a las mujeres.
Durante esos 9 meses ha llevado consigo a su hijo, algo que también cambia del día a la noche. Ya no es ella la que lo cuida en exclusiva, sino muchas otras personas, que puede que lo hagan de manera diferente a como ella lo haría. La madre, sometida a múltiples consejos que no pide y saturada además por la información recibida en cursos y libros que ha leído durante su embarazo, puede que cuando llegue el momento de actuar no sepa ni qué hacer por miedo a equivocarse. Además da igual lo que haga, siempre habrá alguien a su lado que opine algo, y la mujer puede que se sienta cuestionada como madre. La responsabilidad es muy grande, estamos ante una tarea difícil y comprometida en la que, además, hay mil opiniones sobre cómo se hacen las cosas.

La ausencia de conductas de apego (no llora ante la ausencia de la madre, no pide estar en brazos de su mamá, etc.) que al principio presenta el bebé recién nacido le recuerda a la madre que ella como tal es prescindible y que cualquier otra persona podría ocupar su lugar, a pesar de ser ella la que concibió a su hijo. El parto entonces, que tanto esfuerzo físico ha costado a la madre, también pierde valor, apareciendo tal vez sentimientos de vacío como muchas mujeres expresan con esas mismas palabras (“me siento vacía”).
Por otro lado, en algunas ocasiones puede que el posparto de la madre tenga sus complicaciones y ello conlleve que ésta no se pueda hacer cargo de su hijo desde el principio, lo que añade más dificultades emocionales (sentimientos de culpa, de impotencia, etc.).

Ahora se enfrenta con el hecho de ser madre y no sólo mujer. Su pareja se encuentra a su lado, pero ella en estos momentos se siente primero madre, y la pareja, al menos al principio de una forma más acusada, pasa a situarse en un segundo plano.

En relación con el punto anterior, la mujer empieza a valorar a su pareja no como hombre, sino como padre, y también aquí aparecen nuevas emociones que hay que aceptar. La pareja (el hombre en este caso) presenta comportamientos nuevos, que nunca había tenido antes, lógicamente claro, ya que no había tenido la oportunidad al no haber mocosillo alguno en casa. Estos comportamientos, cuanto menos, son nuevos, y la mujer se cuestiona si son los mejores o más adecuados. En definitiva, se pregunta si ha elegido la persona correcta como padre de su hijo. La madre puede que evalúe de una forma continua a su pareja para ver si cumple con su papel de padre, exigiéndole inconscientemente ciertas conductas que como hemos dicho son desconocidas para el hombre, que también está aprendiendo a ser padre y también necesita tiempo. Todo esto generará tensiones en la pareja.

No se puede pasar por alto el desgaste físico y mental que ha soportado la mujer, tanto en el embarazo como en el parto, y este último, sea como fuere, no deja de ser algo traumático. Esto derivará en un posparto donde la mujer se siente cansada y sin embargo tiene sobre ella una gran exigencia, que es cuidar a su hijo. Para ello se pasa las 24 horas observándolo. Además, hay muchas exigencias sociales sobre ella, especialmente recibir visitas, que llegan a resultar agotadoras hasta para la mujer más paciente, añadiendo el hecho de que entre medias tiene que dar el pecho, en ocasiones en situaciones que ella no ha elegido.
La pareja, desde que tiene un hijo, pierde la intimidad que tenía hasta ese momento. Su hogar, que podía ser su cobijo, se convierte en un hogar familiar, donde pueden entrar padres, suegros, cuñados, hermanos y tíos cuando quieran, porque al fin y al cabo pasan a ver a sus nietos, sobrinos, etc., y esto justifica cualquier cosa. Esta invasión atenta contra la estabilidad de la pareja que, en estos primeros momentos, necesita su tiempo para adaptarse a su nueva situación.

A partir del momento de la concepción del hijo aparece la idea de la finitud del ser humano. La mujer se plantea cuestiones existenciales que quizás hasta ese momento apenas le habían preocupado. Dar vida conlleva un cambio generacional. Un hijo aparece para recordarte que un día tú no estarás para verle siempre. Enfrentarnos con la idea de nuestra propia muerte nos asusta y angustia, pero muy especialmente cuando sabemos que dejamos alguien aquí que nos importa mucho.

Este es un artículo donde especialmente se habla de la mujer. El hombre también se las tiene que ver con sus emociones (por ejemplo: el sentirse desplazado, no sólo por su pareja, sino en la relación con su hijo, donde tiene que retirarse cuando la madre da el pecho al niño; el enfrentarse también con sus propios dilemas existenciales; la responsabilidad que siente como cabeza de familia, ya que a pesar de que los dos trabajen, el hombre sigue sintiendo en muchos casos que es a él al que corresponde proteger a la familia), y también sería para analizar en otro artículo. Sin embargo, a pesar de ello, no hay que olvidar que, aunque el hombre se enfrenta también con nuevas emociones que le desconciertan, no se encuentra tan cansado ni físicamente ni psicológicamente. Esto hace que tenga una ventaja sobre la mujer para poder adaptarse con menos ansiedad a la nueva situación. Él no ha pasado por 9 meses de pensar en exclusiva en la gestación de un hijo, no ha pasado por el trauma del parto y no ha tenido ningún posparto. Por esto, al hombre se le debe pedir mucha paciencia hacia la mujer, ni más ni menos que la que ella se merece después de tanto esfuerzo por traer un hijo de los dos.

La mujer debe también concederse tiempo a sí misma, no alarmarse por su estado de ánimo, no asustarse por la aparición de llanto o pensamientos negativos hacia su pareja, hacia su hijo, hacia su madre, etc. Debe considerar que todo entra dentro de la normalidad y se pasará en los primeros meses.

Durante casi un año han ocurrido muchas cosas, no es posible, por tanto, adaptarse a la nueva situación en un mes. La adaptación es paulatina, se tiene la vida por delante para ello. Así que lo mejor es aceptar lo que ocurra y vivir cada día con máxima intensidad, ya que el cambio que dará nuestro hijo del primer mes al segundo y sucesivos es irrepetible. Además, la mujer descubrirá que se irá adaptando y cambiando ante su nueva situación tan rápido como cambia su bebé.

Es importantísimo que la mujer se escuche a sí misma y trate de actuar en consecuencia. Utilizar el sentido común es lo mejor para ser madre, porque es la única manera de ser consecuente con uno mismo y a su vez la única para transmitir al hijo seguridad en nuestras acciones. ¿Equivocaciones? Todas, pero las nuestras, y como son nuestras tendremos que asumirlas y rectificar si así fuera necesario.

Un hijo es para toda la vida y por eso la mujer debe encontrar sus propios criterios a la hora de actuar, porque a lo largo del tiempo se encontrará con su hijo a solas y tendrá que tomar decisiones, no podrá llamar a la persona que le dio no sé qué consejo. No hay una única verdad sobre las cosas, por eso cada uno debe buscar la suya.

Con este boceto de artículo me gustaría ayudar a alguna madre perdida que ande por ahí creyendo que tiene depresión posparto y agarrándose a este término para explicarse lo mal que se siente sin tratar de analizar mejor todo lo que le ocurre. Merece la pena saber qué nos pasa, por qué nos pasa y para qué nos pasa.

Para terminar quiero transmitir positividad frente a lo que ocurre, ya que muy bien sabemos todos que cuando se supera una crisis se sale más fortalecido y maduro que cuando empezó dicha crisis. Esto se aplica de forma individual a la mujer como mujer y como madre, y también a la pareja, puesto que, aunque inicialmente se tambalea en algunos aspectos por el nuevo miembro de la familia que ha descolocado la armonía que había en la casa, posteriormente, el hecho de compartir un hijo, que es un proyecto deseado en común, se vive con mucha alegría e ilusión. La entrega diaria a este hijo se vive continuamente de forma conjunta, compartiendo muchos momentos, lo que favorece de una forma constante la generosidad de la pareja, el dar al otro. Todo esto es muy enriquecedor para la pareja.

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